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domingo, 13 de diciembre de 2009

Zdravko Dučmelić: El rigor y la elegancia de un gran creador





Se cumplieron 20 años de la muerte de Zdravko Dučmelić (Croacia, 1923 - Argentina, 1989). En la nota que ofrecemos, otro artista local de renombre, reconstruye momentos de su amistad con el notable artista que ilustró las obras de Jorge Luis Borges.

Conocí a Dučmelić a principios de la década de los '50, a poco de su llegada a Mendoza. Había desembarcado en Buenos Aires en 1949 trayendo sus pinturas, poco después de terminar una beca de estudios en Madrid.


Venía a la Argentina para visitar a sus padres, que vivían en la Capital Federal. Antes de su llegada a Mendoza ya había expuesto en Santa Fe y en Córdoba, y preparaba una exposición en la Galería Giménez de Mendoza, en la que tuvo bastante éxito a pesar de ser desconocido en nuestro medio.

En aquel entonces sus óleos eran sombríos y muy europeos, con una gran carga de desolación. Sus pinturas estaban saturadas de un clima sobrecogedor que recreaba un silencio de posguerra. Pequeños paisajes hechos en el taller y tristes figuras para las cuales nunca usaba modelo obviamente reconstruían su ambiente natal con un sentimiento de angustia que nunca lo abandonó totalmente. Esa carga de silencio y soledad que casi siempre estaba presente en su pintura fue uno de los elementos que más ayudó a identificar su obra, la que con el tiempo recorrería muy diversos caminos culminando en hermosos paisajes metafísicos que en parte estarían vinculados a la obra de Jorge Luis Borges.

Poco a poco se fue aclimatando a Mendoza (en la que decía, sonriendo, se había quedado para cobrar sus ventas) y a su gente amiga, la mayoría de ellos, en aquella primera época, de alguna parte de Yugoslavia como él. Un conocido que se mudaba a Buenos Aires le había facilitado un pequeño departamento en la torre del Pasaje San Martín, por cuyo uso sólo debía pagar un alquiler más que modesto debido a las leyes de esa época.

Dučmelić había obtenido un puesto en el Ministerio de Economía de la Provincia haciendo trabajos de gráfica, y de esta manera, a pesar de su siempre ajustada situación económica, el joven artista recién llegado podía dedicarse a su pintura la mayor parte del día, cosa que hacía sin descanso.

A pesar de la diferencia de edad entre nosotros (yo era un adolescente de 15 ó 16 años y él estaba llegando a lo treinta), me permitía visitarlo con frecuencia, lo que afortunadamente nunca le molestó o por lo menos toleró elegantemente, y por lo general lo encontraba pintando. Zdravko (todavía no era "Dučmelić") se enorgullecía -lo comentaba con cierta picardía- de haber llegado a un punto en el dominio de su técnica de la pintura que le permitía trabajar de traje, sin ensuciarse la ropa.

Más de una vez llegué a visitarlo poco antes de la hora del almuerzo encontrándolo vestido con ropas de calle y listo para salir. Pero antes de hacerlo se detenía un momento frente a la pintura en la que estaba trabajando, estudiaba algún detalle, le hacía algún retoque aprovechando el óleo todavía fresco en la paleta, y ya volvía a sentarse frente al caballete para seguir trabajando otro rato. Efectivamente, nunca lo vi mancharse.

Su vida en Mendoza fue austera y sencilla. Pasaba la mayor parte del tiempo en su taller, pintando al óleo o con témpera, dibujando, haciendo algo de grabado, y preocupándose siempre por la difusión de su obra.

Encontraba nuestra ciudad lo suficientemente pequeña como para tener todo a mano, y lo bastante grande como para poder desarrollar en buena medida actividades culturales, pero sabía que si su obra iba a adquirir relevancia, ésta surgiría desde Buenos Aires. Viajaba a la capital periódicamente y mantuvo siempre contactos con galeristas porteños, haciendo exposiciones en Buenos Aires con frecuencia.



* * *

La Segunda Guerra Mundial, que Dučmelić había sufrido en carne propia, estaba cada vez más lejana en la memoria de todos. La aceptación que había empezado a tener su obra, tal vez el clima de Mendoza y su colorido, su continuo progreso como artista y una situación personal que iba mejorando fueron cambiando la pintura de este artista que hasta ese momento veía la vida a través de una paleta de tonos bajos. La sombra fue dando paso a la luz, y a través de ésta apareció el color.

Así fue como un día vi con sorpresa una serie de témperas que estaba realizando. Figuras de mujer, en las que un color saturado de vibraciones tenía el papel protagónico, revelaban un nuevo período artístico en el que se anunciaba un corte, que luego resultó definitivo, con su pasado plástico. Cuando Ducmelic vio mi sorpresa frente a estas pinturas, me dijo: "Pero es que la guerra ya terminó, y estoy viviendo en Mendoza.

Hay que pintar la vida..." A partir de ese momento comenzó una nueva etapa en la obra de Ducmelic, que con el tiempo y luego de alguna incursión en la pintura abstracta desembocó, con la incorporación de la geografía andina, en lo que sería su obra final, la que él calificó como la obra de su vida. Gran parte de estos trabajos tuvieron amplia difusión como ilustraciones sobre textos de Borges, a los que ya ha dado una imagen definitiva.

Las distintas etapas que recorrieron las pinturas de Ducmelic son producto, al mismo tiempo que de una evolución plástica, de decisiones conscientes y voluntarias. Estos diferentes períodos pictóricos están unidos entre sí por algo que los hace reconocibles como provenientes de la mano del mismo artista: una exquisita factura, una gran fineza estética y una elegancia indiscutible evidenciadas a través de un gran respeto por la materia como vehículo del espíritu.

* * *


Aunque es difícil de creer, Dučmelić hablaba de lo mucho que le había costado cualquier trabajo que realizara en arte, dificultades que había logrado superar con esfuerzo. Pero hay que tener en cuenta que las dificultades están en relación con la meta propuesta, y sin dudas las metas que Dučmelić se había propuesto eran sumamente elevadas.

Cuando en ocasiones su producción era asediada por los compromisos tanto artísticos como económicos, los apuros le obligaban, a veces, a pagar su precio. Dučmelić solía rescatar cuadros suyos que salían a la venta. Lo hacía por dos razones principales: primeramente defender el precio de sus pinturas en el mercado del arte, y en segundo lugar para retocar o inclusive pintar de nuevo un trabajo suyo que con el pasar del tiempo hubiera dejado de ser de su agrado.

En una ocasión salió a la venta un paisaje suyo de buen tamaño, y se encontró con que ya no estaba muy contento con él. Lo compró y lo cortó en cuatro partes. Contaba satisfecho que había logrado mejorar tres de estos paisajes más pequeños. El cuarto, decía sonriendo, no había tenido remedio.

En otra oportunidad, años después, lo encontré trabajando empeñosamente en un dibujo. En esa oportunidad estaba usando una técnica muy personal basada en el uso de las nuevas plumas para dibujo técnico, con las que tenía que hacer un trabajo muy minucioso para lograr su cometido. Me dijo que llevaba varios días en esa obra, con la cual había tenido muchas dificultades. "¡Pero no me iba a dejar ganar por un dibujo!", comentó, satisfecho por el resultado.

Uno de esos dibujos fue el que usó para graficar un comentario que me hacía respecto a las necesidades estéticas de la plástica. Estaba trabajando en una hermosísima cabeza de mujer, un perfil de aspecto renacentista, al que estaba terminándole el cabello, y mientras lo hacía dijo: "Lo que estoy haciendo responde a exigencias estéticas. No vayas a creer que yo soy peluquero".

Debido principalmente a la rígida disciplina académica adquirida en Europa (había estudiado en Zagreb, en su Croacia natal, en Roma y en Madrid), Ducmelic podía utilizar muchos y diferentes materiales, y se valía de la técnica que necesitara para el trabajo que tuviera entre manos.

Usaba tanto lápiz como témpera lo mismo que el óleo, tintas al agua y a la esencia, ácidos, huevo, pincel, plumas de las antiguas y de las modernas, aceites, barnices, cuchillas y puntas de raspar hechas por él mismo, y encontraba lícito todo lo que pudiera serle de utilidad. En una oportunidad me dijo: "Si necesitara un pedacito de la piel de mi madre para un trabajo, se lo pediría". Dučmelić trabajaba mucho. Cuando ya hubo adquirido cierto renombre, y el asedio que el reconocimiento trae aparejado comenzó a molestarle, prefería la noche y la tranquilidad que ésta le ofrecía para poder pintar sin interrupciones. También se ocupaba de hacer la mayor parte de los marcos para sus pinturas de pequeño y mediano formato, desde cortar las varillas hasta su pátina final.

Este trabajo lo realizaba como terapia durante los momentos en que plásticamente las cosas no le iban muy bien, o cuando deseaba descansar un poco de la pintura. Para ese trabajo se las arreglaba con un viejo cuchillo, una pequeña sierra y algún pedazo de papel de lija.

También descansaba de la pintura haciendo pequeñas esculturas abstractas, la mayoría de las cuales concebía como modelos, con la idea de pasarlas luego a mayor tamaño. Su manera de relajarse era ocupando sus manos, casi siempre en tareas de artes plásticas o relacionadas con ellas.

Aunque Dučmelić se interesaba por la obra de otros colegas y en ocasiones hizo algún canje con alguno de ellos, en una oportunidad tuvo una reacción curiosa. Durante la inauguración de una muestra a la que Dučmelić asistía se le acercó el galerista tratando de interesarlo en alguna de las obras expuestas. Con la lista de precios en la mano, el galerista le ofreció uno de los cuadros en venta. "Pero Pepe," le dijo al desconcertado galerista, "si yo quisiera un cuadro como éstos, me lo pintaría".

* * *

Una de las mayores preocupaciones de Dučmelić respecto a su obra era su difusión. Tenía un interés casi obsesivo por hacer conocer sus trabajos, y hasta parecía preferir seguir exponiéndolos, o hacerlos reproducir, a venderlos. Se reía de un ministro que le había ofrecido las paredes de su despacho para colgar algunas pinturas creyendo hacerle con esto un gran favor, y decía que prefería colocarlas en cualquier vidriera antes que enterrarlas en una oficina, por elegante que ésta fuera.

Con catálogos viejos, copias de críticas, fotografías que él mismo sacaba a sus trabajos, y con cualquier otro material que le pudiera servir, Ducmelic armaba pequeños folletos sobre su obra que regalaba a quienes visitaban su taller.

Su paso por la pintura no figurativa fue limitado, quizá por la poca aceptación que este tipo de trabajo tenía entre un público que parecía esperar de él sus inconfundibles paisajes silenciosos y sus mujeres remotas y casi inalcanzables. Fue volviendo a lo figurativo, haciendo de vez en cuando, y más que nada para sí mismo, alguna que otra pintura abstracta, hasta dejarla de lado definitivamente.

* * *

Un coleccionista lo visitó en su taller de Mendoza. Estaba interesado en adquirir obra suya, pero en ese momento Dučmelić no tenía trabajos disponibles porque estaba realizando una muestra en Buenos Aires, a la que había mandado todas las pinturas que tenía. Dado que el interesado en su obra viajaría a la Capital, Dučmelić le dio una nota para el galerista, en la que le pedía a éste que tuviera una atención con el cliente y le hiciera un descuento por el cuadro que comprara.

Tiempo después, al viajar Ducmelic a Buenos Aires, fue a la galería y recibió una liquidación por las ventas realizadas. En ella figuraba el óleo comprado por aquella persona que lo visitara en Mendoza, y el precio figuraba con el descuento pedido en la nota. Algunos meses más tarde Dučmelić se encontró nuevamente con aquel coleccionista, quien en el transcurso de la conversación dejó entrever que no le habían hecho ningún descuento por la compra de la obra.

Dučmelić dijo de inmediato que se debía a que había habido un error que ya estaba solucionado, devolviendo acto seguido al comprador la diferencia del importe, que en ese momento ascendía a U$S 400. Al galerista nunca le mencionó el incidente ni le reclamó lo que se había embolsado de más, aduciendo que le era necesario que se siguiera ocupando de su obra.

Durante una muestra que yo le hiciera en la que fue la Galería Sergio Sergi en el año 1979, Dučmelić mandó a la exposición a un cliente que lo había visitado en su casa para comprarle un cuadro. Tal vez le habría podido ofrecer alguno de los trabajos que tuviera en su taller, pero prefirió vender uno de la muestra, pagando la comisión, porque -según me dijo- le interesaba que la galería vendiera.

En aquella muestra se vendieron sólo dos cuadros: el que compró el cliente mandado por Dučmelić y otro que no me pude resistir a comprarlo yo, pero sin dudas fue una de las muestras más importantes que haya presentado la galería, y una de las mejores, si no la mejor, de las exposiciones de ese año en Mendoza.

En 1981 también tuve oportunidad de organizarle una muestra, que fuera la última que realizara en Mendoza. Expuso una serie de exquisitas témperas preparadas expresamente para la ocasión, y por primera vez mostró sus esculturas.A pesar de que era una muestra limitada en cuanto a sus posibilidades de venta, y de que no agregaría nada importante a su ya vasta trayectoria, se ocupó muchísimo y estuvo en todos los detalles. Podría haberlo tomado como algo sencillo, simplemente otra muestra más, pero demostró su gran respeto por el arte y por el público tratando de hacer todo lo posible de su parte para que la exposición resultara del nivel que era su norma. Y a no dudarlo, resultó una exposición magnífica.

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Las pinturas de Dučmelić podrían haber tenido un precio más alto del que tenían en su momento. En realidad muchos de sus amigos le aconsejaban que subiera sus precios y muchos de sus colegas se quejaban de que no lo hiciera, pero él prefería mantener el valor de sus trabajos a un nivel que le asegurara ventas. Pero en una ocasión comprobó que había cometido un error. Fue en una muestra en la que se estaban vendiendo todos los cuadros. Ante la evidencia de que sus precios estaban demasiado bajos, mandó a un amigo a que le comprara los cuadros que quedaban. Esto le costó buenos pesos de comisión, que pagó de su bolsillo, por rescatar sus propios cuadros.

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Para Dučmelić la pintura era algo así como un acto mágico, a través del cual podía modificar el mundo a su manera. Encontraba refugio en los paisajes que imaginaba, sintiendo que de alguna manera le permitían acercarse a una realidad buscada. Tal vez esta actitud pueda explicar un comentario que hiciera allá por la década de los '50, en una oportunidad en la que, como tantas veces, hablamos de pintura.

Al mencionarle yo que había pintores, como el caso de Van Gogh, que no necesitaban recurrir a complicadas composiciones y temas profundos para hacer una obra de arte, bastándoles como motivo un simple par de zapatos, contestó: "Nadie hace una obra de arte con un par de zapatos". Lamento no haberle pedido en aquella ocasión que aclarara su concepto, pero sentí que yo había cometido un error enorme y preferí callarme la boca, avergonzado, antes que pedirle una explicación.

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Al jubilarse de su función docente en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, institución de la que llegó a ser director, Dučmelić se fue a vivir a Buenos Aires, donde falleció en 1989, a los 66 años de edad y en pleno desarrollo de una obra que prometía tanto como dio.

Por Sergio Hočevar

Diario LOS ANDES

1 comentario:

Unknown dijo...

Tengo obras originales de Ducmelic. Son bellísimas....mi padre, cuando trabajaba en una imprenta,él mismo artista lo contrató personalmente para que le imprimiera alguna de sus obras. El autor en agradecimiento le regaló varias de sus obras originales y firmadas. Una linda anécdota de mi viejo.